jueves, 5 de mayo de 2011

El glamour del calabacín


El despertar de las actrices en casi todas las películas es fantástico: pelo bien colocado, mejillas sonrosadas, ojos espectaculares... Mi realidad es muy distinta. Me levanto con mis rizos bailando samba por la cabeza, legañas en los ojos e incluso a veces, un hilillo seco de baba en la comisura de mis labios. Con esa imagen nada glamurosa, y después de lavarme los dientes, he salido al jardín. De pronto, por arte de ilusión y emoción, mi pelo se ha alisado, mis ojeras han desaparecido y mis mofletes se han sonrojado. Tímidamente me he acercado hasta mi macetero-huerto. Una lágrima salada ha rodado por mi cara y un leve grito histérico ha salido de mi garganta.
El sonido repetitivo del móvil me ha sacado de mi estado místico.
─Paso a buscarte en quince minutos. Me imagino que ya estarás lista, ¿no? ─ha gritado Fifí con su voz de pito.
─Ay, Fifí, que no te vas a creer lo que me ha sucedido.
─¿Qué te ocurre?, ¿por qué tienes esa voz llorosa?
─Cuando vengas a casa te lo enseño.
A los cinco minutos Fifí destrozaba con sus tacones el parquet de mi salón y corría a buscarme al jardín.
─Ay, nena, no he podido correr más... ¡Qué intriga! ¿Qué te ha pasado?
─Mira mi huerto.
Fifí miró con morritos de asco la hierbabuena, el perejil, el orégano...
─¿Qué tengo que ver?
─Observa la belleza.
─¿Belleza? Para guapa ya estoy yo...
─La flor de calabacín, la armonía amarilla... 
─Tú estás fatal.
─No, es uno de los días más felices de mi vida. Mi macetero-huerto está funcionando.
─Deberías pedir cita a mi psicólogo... Por cierto, hoy tienes el cutis divino. ¿Qué te has hecho?
─Es mi secreto, Fifí...

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